Por tercer año consecutivo, Portugal se ha enfrentado a una ola de incendios devastadores que los bomberos y los medios de combate disponibles han tenido graves dificultades para controlar. Una especie de fatalidad que se repite cada verano, pese a las promesas de sucesivos Gobiernos y al consenso general sobre las causas estructurales de la tragedia. Este verano, las llamas que devastaron Portugal se transformaron además - en los debates públicos y análisis de comentaristas- en una metáfora de una cierta impotencia general del país ante muchos otros problemas estructurales que limitan su crecimiento y modernización. También en este caso, tras más de tres años de crisis económica, política y social, los diagnósticos son coincidentes.
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